Introducción

El desarrollo de esta larga crisis económica iniciada en el 2007 está demostrando que el capitalismo no es capaz de encontrar una solución a su crisis que no pase por el empobrecimiento de los trabajadores y todos los sectores populares.

 

Esta crisis económica no es solamente la típica crisis de superproducción y, por supuesto, menos lo es exclusivamente financiera; es una crisis estructural de un modelo de desarrollo al que sin duda sucederá otra forma distinta de organizar la producción, la distribución, y el consumo.

 

Pero sobre todo es el agotamiento de un sistema, el capitalismo monopolista e imperialista, que en su fase keynesiana y en su fase neoliberal ha desplazado los campos tradicionales de inversión de capitales, ha encontrado nuevas fuentes de explotación, ha modificado los procesos de trabajo, ha reformado (pero no cambiado) las relaciones de producción, de distribución y consumo, ha revolucionado las costumbres, ha impulsado el desarrollo científico y técnico a unos niveles impensables, ha conseguido adecuar la formación, instrucción y reparación de la fuerza de trabajo a sus necesidades productivas; bajo su protección se han socavando los valores tradicionales, y sobre todo: ha hecho surgir nuevas subclases y modificado las relaciones entre las clases sociales tradicionales.

 

El capitalismo monopolista, obligado constantemente a revolucionarse, ha conseguido que los seres humanos disminuyan extraordinariamente el trabajo necesario para la producción de sus necesidades, ha reducido a su mínima expresión el trabajo acumulado en bienes y servicios, ha inundado el mundo de abundancia y ha creado las bases materiales y espirituales sobre las que edificar una sociedad libre.

Pero al desatar las fuerzas de su éxito, también ha engendrado las causas de su agotamiento. Pues, condenado a alimentarse de beneficios para no morir, desarrolla la producción más allá de lo que la sociedad puede consumir sin poner en peligro el beneficio empresarial, y obligado a reducir el trabajo necesario para la producción de bienes y servicios, ha hecho que muchos de ellos no requieran casi esfuerzo físico o intelectual; y sin embargo solamente un título de propiedad sobre ellos, sus fuentes y medios, impide poner al alcance de todos esos bienes colectivamente creados. Por eso mismo bloquea el pleno disfrute humano de unos medios materiales y espirituales histórica y colectivamente conseguidos.

El capitalismo se nos aparece como un elemento antisocial, repleto de contradicciones que nos arrastra a sufrimientos innecesarios. La propiedad privada sobre los frutos del trabajo colectivos se muestra como un lastre del pasado, y el desarrollo basado en el pecado capital de la avaricia es ya una bárbara irracionalidad.

Como todo ser en fase de transformación profunda se retuerce y agoniza con tal de mantener intacto su hilo conductor: el beneficio empresarial. En sus sacudidas (léase crisis) los productos se acumulan en los almacenes, mientras la mayoría de la humanidad carece de ellos, las grandes y pequeñas empresas decaen, se destruye o reduce la producción, el desempleo toma carácter de epidemia, el nivel de vida de la mayor parte de la población sufre una brutal caída, las bolsas de pobreza extrema se hacen frecuentes, se encadenan los desahucios, los más débiles son expropiados, se acelera la concentración de la propiedad y la disputa entre diferentes capitales y, en la búsqueda desesperada de alimento para el monstruo, condena a la guerra y destrucción a pueblos y países enteros.