REPUBLICANISMOS Y MARXISMOS  FRENTE A UNA MONARQUIA REMENDADA.

Por José Avilés.
¿Ha entrado la monarquía en crisis por las cuentas suizas de Juan Carlos I, comisiones árabes, y la elevada tarifa de Corina? En realidad creo que está donde casi siempre ha estado, con un pie en la tumba. La República es a la monarquía, lo que el marxismo es al capitalismo: su compañero inseparable. Decir que la monarquía está completamente consolidada en España, bajo el reinado del “no emerito” es como decir que el marxismo ha muerto sin haber desaparecido las clases sociales.  
La diferencia entre República o monarquía no se traduce en Europa, ni casi en el resto del Mundo en la desaparición de las oligarquías dominantes; en la mayoría de países fue una creación de las burguesías. De hecho las monarquías del norte de Europa son presentadas como modelos de países sociales; aquí mismo, hasta 1974, la República portuguesa fue una dictadura similar a la franquista.
¿Pero porque la República adquiere en España un sentido diferente a otros países? Pues, simplemente porque nuestra historia ha hecho que, grosso modo, sean bandos políticos que reclutan a clases sociales enfrentadas e irreconciliables.
Cuando se instaló la II República su presidente, Niceto Alcalá Zamora, había sido ministro de la monarquía en varias ocasiones, e inicialmente fue partidario de la dictadura de Primo de Rivera. –aunque paulatinamente se alejó de ella junto con el monárquico conservador Miguel Maura-. Este último propuso una dictadura militar republicana para buscar un acuerdo con los militares alzados contra el Frente Popular el 18 de julio de 1936. Inicialmente, el golpe Estado de Franco –entre otros militares- no se dirigía contra la República.
Se podría decir que el nacimiento de la II República el 14 de Abril de 1931 se debió a la confluencia de las ansias democráticas del pueblo, con los intentos de una parte de la oligarquía de cambiar para que todo  siguiera igual.  En definitiva, había una situación de inestabilidad social y política en un momento en que la oligarquía monárquica había agotado sus propuestas para seguir gobernando. De ello que se fundara Derecha Liberal Republicana, partido formado  por la parte más lúcida de la oligarquía, que llego a firmar el Pacto de San Sebastián, y aportar el primer presidente a la II República.
Los dos primeros años de la II  República fueron de un gobierno Republicano-Socialista de carácter reformista,  que mejoró las condiciones de trabajo, intentó una tímida reforma agraria y llevó a cabo una importante labor educativa. Sin embargo no llegó a cumplir las expectativas que los sectores sociales trabajadores habían puesto en la República. Como consecuencia se creó un clima de abatimiento que facilitó que, en las elecciones de 1933 los republicanos centristas, junto con las derechas, ganaran las elecciones. Abriéndose a continuación un periodo de contra-reforma y reacción política. Pero los trabajadores organizados no habían sido completamente derrotados y mantenían su voluntad de impedir el paso de la derecha con numerosas movilizaciones y huelgas, que alcanzaron su cenit  en la Huelga General de octubre de 1934. La represión posterior creó las condiciones para que se forjara una alianza electoral de izquierdas, que ganó las elecciones en febrero de 1936.  Como respuesta al triunfo electoral del Frente Popular,  el 18 de Julio de ese mismo año, las derechas organizaron un golpe de Estado, que preveían breve y rápido, pero resultó que las masas obreras y campesinas hicieron fracasar el alzamiento militar en la mayoría del país; encontrándose, de la noche a la mañana, bajo control o mediación popular, las instituciones administrativas, económicas y políticas de la República. Como consecuencia, la mayoría del ejército y la derecha alzada en armas contra el Frente Popular, quedó recluida en una parte territorial más pequeña, y menos industrializada, que la que controlaba la República sostenida por obreros y campesinos armados. Por tanto el ejército sublevado (ayudado por Hitler y Mussolini)  tuvo que continuar la guerra forjando su alianza reaccionaria contra la República democrática, adoptando los símbolos y la bandera de la monárquica, que el pueblo, y los ciudadanos, mayoritariamente, habían desechado  en 1931.
La República, sus símbolos y su bandera dejaron de ser solamente la representación genérica de un país (España), para pasar a expresar las aspiraciones de los sectores oprimidos, de las ansias de libertad y justicia social de todo un pueblo enfrentado militarmente a sus opresores de siglos. Obviamente, el triunfo militar del bloque carlista-monárquico-clerical-falangista, dirigido por el generalísimo Franco,  significó también la recuperación del poder político por la oligarquía, y la imposición de la bandera monárquica y simbología falangista-carlista, como señas de identidad del nuevo Estado clerical fascista.
La renovación del poder político y económico de la banca, gestocracia, y grandes poderes fácticos que tuvo que hacerse a la muerte de Franco en 1975, no podía adoptar la formula republicana como forma de Gobierno porque durante la Guerra Civil, el pueblo se había apropiado de la República. Por tanto era un recurso político que la oligarquía había agotado cuarenta años antes. En consecuencia, fue necesario hacer la transición para encajar en Europa, conservando la monarquía legada por Franco, y su simbología.
Frente a la oligarquía que renovó su poder político y económico con la Constitución monárquica del 78, los sectores populares y obreros de vanguardia continuaron reivindicando la República con el mismo carácter de clase que había adoptado durante la Guerra Civil.  Aquella parte de la izquierda  (PSOE,  el PCE de Santiago Carrillo) que pactaron la conversión en “demócratas”  de la misma oligarquía que había dominado durante el franquismo, aceptó la monarquía heredera de Franco y su simbología. En aquellos años eran frecuentes las agresiones de los servicios de orden del PCE a las personas que portaban banderas tricolores. En manifestaciones,  grito muy repetido frente a las agresiones contra las personas que llevaban banderas republicanas era: ¿para que la policía si tenemos al PCE?  El PCE recuperó el republicanismo, cuando fue secretario general Julio Anguita.
A medida que se fue viendo claro, que detrás de la llamada transición, no habido nada más que un cambio de fachada,  fue creciendo el movimiento republicano, y dejó de estar recluido en pequeñas organizaciones de izquierda, que denunciaban la transición; por varias razones: 1) porque en España la República continuaba teniendo carácter de clase, y 2) porque era capaz de unir a clase obrera con sectores intermedios de izquierda, e intelectuales. Para la izquierda comunista, la República era un paso que despejaba el camino hacia el socialismo, para otros sectores no comunistas era solo una profundización democrática anti oligárquica. Con ciertas dudas sobre la reivindicación republicana, quedaban los anarquistas (contrarios a todo tipo de Estado, sea monárquico o republicano), y la mayoría de los trotskistas, que de forma dogmatica se han anclado en el carácter burgués que tuvo la República de 1931, y especialmente en la muerte de Andreu Nim, a manos de agentes soviéticos en 1937. Curiosamente, Andreu Nim había roto con Trotski.     
Si hacemos un repaso a los últimos años podremos decir que el edificio monárquico sigue en pie, aunque se ha perforado. Si comparamos el momento presente con junio de 2014, cuando Juan Carlos I abdicó, se puede afirmar que las grietas visibles que llevaron a su sustitución por Felipe VI, no se han cerrado. A pesar del esfuerzo mediático por presentar al actual rey en funciones como un mirlo blanco, el dedo acusatorio sobre la monarquía  y la casa real se mantiene. Son públicos en los medios de comunicación los debates sobre la inmunidad del rey, sobre la corrupción de Juan Carlos I, se recuerda la imposición de la monarquía por Franco,  se habla sobre las relaciones de amistad y negocios  con el monarca de Arabia Saudita y se da pie a toda clase de cotilleos no muy agradables para la casa real. Últimamente, ocupan las primeras portadas de la prensa, la cuenta en Suiza, y el pago de 65 millones, a la ya oficialmente, amante del rey: Corina.
Todo eso no es más que el escaparate visible que permite comer a los contertulianos –muchas veces a sueldo de los partidos políticos-. Pero simplemente por eso, porque son asuntos que hoy son llevados a debate público en los mismos medios de comunicación, que durante cuarenta años le cantaron villancicos, no al rey de los cielos, sino al rey de las Españas, es por lo que, por una parte, parece, que la grieta de la monarquía quizás no sea grieta, sino que sea un boquete, o por lo menos, que el agrupamiento de la banca y el resto de poderes fácticos en torno a la figura del infalible rey de turno se está resquebrajando. Y por otra parte, que visto el aire que se respira algo huele mal.
¿Qué ha cambiado para que grandes medios de comunicación de masas hayan pasado de no deslizar una sola noticia negativa sobre el rey  a una explosión republicana contenida?; ¿Qué está pasando para que la aparición de un contertuliano monárquico confeso, en algunos medios de comunicación, sea  ya una rara excentricidad?
Pero no todo es lineal, pues a la vez que cada vez son más las personas que se declaran republicanas, se sigue piropeando al nuevo rey Felipe VI.  Los 14 abril, y los 6 de diciembre republicanos, así como otros actos de masas, son silenciados, o informados de pasada. Las Marchas de la Dignidad, y la enorme manifestación de Madrid del 22 de marzo de 2014 con unas reivindicaciones concretas que rompían con el sistema y exhibía miles de banderas republicanas, casi fue silenciada, pero sobre todo criminalizada; en contraste con los televisivamente airados  “sanos aires renovadores” del 15M , aunque en realidad solo aportaran un indefinido e incipiente malestar social, con un peso importante del apoliticismo. Lo positivo del 15M es que rompió con la resignación. Con todo, la prensa y los partidos del régimen (PP y PSOE) a pesar de llamarlos “perroflautas”, mostraron su respeto por los jóvenes inconformistas. Por el contrario a las Marchas de la Dignidad se las condenó, se intento silenciarlas, se las atacó policialmente y se enjuicio a muchas personas.

En definitiva, en España, la República, como forma de Gobierno, sigue siendo una apuesta demasiado arriesgada para la oligarquía española, y por eso sus tiras y aflojas, sus dudas, sus mensajes confusos y contradictorios y su consideración de licenciar a Felipe VI agradeciéndole los servicios prestados, y a la vez la reafirmación pública de una monarquía constitucional española con voluntad de destino en lo universal, en la que pretenden involucrar a Podemos, con el señuelo de que es el motor de la “segunda transición”.
Por otra parte, ¿qué ha contribuido a que en estos momentos aparezcan esas veleidades republicanas en círculos próximos a los centros del poder político cuando la movilización social ha descendido, y PP y PSOE proclaman el fin de la crisis económica? Pues, a pesar de que le ha salido bien la operación mediática para sacar a la gente de la calle e integrar  la protesta dentro de las instituciones monárquicas, el gran problema de las clases dominantes es como conseguir otros cuarenta años de paz, cuando el nacionalismo controlado catalán se le ha ido de las manos  (cuya economía es el 22% del PIB); cuando la crisis económica se ha cerrado en falso, y cuando las nuevas generaciones no vean expectativas de futuro dentro del actual sistema, y sobre todo, que tampoco comprenden la utilidad de la monarquía. Es por eso por lo que los sectores más lucidos de la oligarquía –aun minoritarios- vuelvan a considerar la opción republicana. Pero eso sí, previamente habría que despojarla del carácter anti oligárquico que arrastra desde la Guerra Civil. Algunos republicanos piensan en la instauración una “República de reconciliación nacional”,  en la que la lucha de clases y los antagonismos entre los que lo tienen todo y los que tienen poco, o nada, no se exprese a través de propuestas diferentes de forma de Gobierno; como singularmente ocurre en España. 
Aunque de momento, se han paralizado por la entrada de Podemos en el Gobierno, y su encendido aplauso al rey, el pasado año, ya hubo algunos movimientos para caminar hacia esa República que lo deje todo “atado y bien atado”: Pablo Iglesias propuso, durante la presentación de un libro, una República española que no tuviera como condición,  la bandera tricolor del bando perdedor, y que además no amenazara a las grandes fortunas. Una vez más, la bandera roja y amarilla se convierte en símbolo representativo de los intereses de las grandes fortunas. Continuado en la misma línea, Luis María Ansón, personaje influyente en las derechas asistió a una escuela de verano organizada por Podemos, para debatir sobre la República. Como hemos dicho, todo esto ha quedado aparcado por la entrada de Podemos en el Gobierno, pero es posible que vuelva a circular por el escándalo de las comisiones, las cuentas suizas, y la Corina.
Pero aquí hay una cuestión sobre la que hay que hilar fino; y es que,  la cuestión de las banderas es algo más que una “asunto de trapos”. Es la representación simbólica de si la República sigue sintetizando los intereses populares, o bien es un nuevo intento de la oligarquía de renovarse en el poder bajo forma republicana.
Desde que Pablo Iglesias abrió la boca, la oferta de República rojigualda es una idea que ronda en la cabeza de muchos posibilistas, más atentos a las formas que al contenido. Para ellos es una manera de democratizar  el Estado, de dar un paso adelante, y de desprenderse de  la estructura  monárquica, que se les figura granítica. Pero no se dan cuenta, que esas propuesta , no es una cuestión de colores,  es lo mismo que el “Pacto por la libertad” de Santiago Carrillo, y con el que se renovó el dominio oligárquico en 1978. Aquello fue  que una derrota política de la clase obrera, cuyo efecto más visible se concretó en que las rentas del trabajo bajaran un diez por ciento en el reparto del PIB, en que las movilizaciones descendieron, y en que se cerraron muchas grandes empresas para adaptarse a las necesidades de la Unión Europea.
Desde sectores de la oligarquía, secundados por el reformismo integracionista en la España oligárquica, ya no convierten en “una cuestión de vida o muerte”,  la reivindicación de la bandera tricolor, si eso sirve para traer la República, aunque no se cambia la estructuración social, y la misma clase dominante siga en el poder económico y político. .
Como consecuencia  del escaso entusiasmo que provoca el reformismo de Podemos, en personas que se van incorporando a la vida políticamente consciente, ha aparecido una nueva generación que busca en el marxismo  respuesta a sus inquietudes sociales. Estos jóvenes centran sus ataques contra la supresión de la ideología de luchas clases, y su sustitución como señas de identidad, por el ecologismo, feminismo, y animalismo, (cuestiones estas últimas, que de una u otra forma, y lenguaje, siempre han estado presente en los programas comunistas, pero no hasta el punto de aplastar la lucha de clases, como ocurre ahora). Desde 1968 trotskistas, y anarquistas han sido propensos a adoptar, las mismas  cuestiones parciales de última moda, que estos nuevos marxistas atacan –a veces con demasiada saña-, y sin embargo, curiosamente, ambos coinciden en su dictamen sobre la República. En efecto, ni unos ni otros llegan a entender el carácter revolucionario que tomó la República en España a partir de 1936, y cuando digo República, me refiero al contenido de clases que sinteriza la bandera tricolor, de la misma forma que lo hace la hoz y el martillo puesta en una tela roja. Y al igual que los trotskistas, -anclados en el siglo XIX en general, y en la República de 1931 en lo particular- consideran que la República en España es solamente una reivindicación democrático burguesa, cuando en realidad, si bien no hace un llamamiento directo al socialismo, sí que lo hace contra el capitalismo en su más alto grado de perfeccionamiento, y  única forma posible en la que puede existir en el siglo XXI: que son las sociedades oligárquicas. Es decir, la concentración de capitales ha acabado en un determinado tipo de sociedades burguesas, donde el poder político no pertenece a la burguesía en general, sino solo a una pequeña parte de esta. Las sociedades burguesas que se imaginan parte de los trotskistas, ya no son posibles. Es absurdo imaginarse una sociedad burguesa hoy, sin grandes conglomerados que controlen sectores estratégicos como electricidad, comunicaciones, hidrocarburos, banca, productos básicos, oligopolios etc., y a cuyo favor circula parte la plusvalía extraída directamente por pequeñas empresas  de sus trabajadores.
Para todos estos razonamientos que no llegan a entender, el contenido político de clase que aportó la República en España a partir de 1936, ser republicano es una opción individual y personal que no se concreta en una alternativa política republicana de ruptura con el régimen del 78. Por eso la defensa de la bandera republicana, o rojigualda,  les parece intrascendente. A veces identifican la bandera monárquica con España, y no con una clase dominante, y proponen que hay que hacerla nuestra. Hay otros, que equivocadamente meten en el mismo saco, el crecimiento del republicanismo en su forma tricolor, que es un asunto que expresa la lucha de clases y se dirige  contra el régimen, la oligarquía y su Constitución, con el también crecimiento de propuestas post-modernas que ocultan la existencia de la lucha de clases.
Y ya por último, hay quien subordina los intereses de los trabajadores a la defensa de la unidad de España, incluso si eso supone la permanencia en el poder político de una oligarquía amparada en la monarquía, cuando en realidad los intereses de los trabajadores deben prevalecer sobre cualquier otra consideración y es a partir del punto de vista de la lucha de clases como hay que abordar la cuestión del Estado y su estructuración y no como decía Gustavo Bueno, que superponía la unidad de España a cualquier otra consideración de clase:  «el monarca podría jugar un papel de unión si todas estas autonomías que ahora se consideran naciones se uniesen bajo la cúpula del rey. Así, la monarquía sería una forma de remediar la disolución que muchos proyectan»; palabras de Gustavo Bueno día 14 de abril, de 2005 durante una conferencia titulada «España como nación» en el Club Prensa Asturiana de La Nueva España.
En resumen, la prevista consulta sobre monarquía o República para el 9 de mayo de 2020, si bien debe huir de ponerle apellido a la República, debe entenderse que no debe servir como plataforma de difusión para esa República bicolor incipiente que desde sectores oligárquicos está apareciendo de la mano de reformistas, intelectuales de derechas, y una corriente marxista reciente, que no se da cuenta, que en nombre de la lucha de clases, en realidad hace propaganda a favor de la conciliación de clases.    

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