Las entrañas del capitalismo

1. UNA VIEJA CRISIS, UN NUEVO MARCO

El alto nivel de desarrollo conseguido y las transformaciones cuantitativas y cualitativas de los recursos materiales y humanos de  las últimas décadas hacen que esta crisis tenga dos características claramente diferenciadas de las anteriores: parte del salario se ha socializado y estamos viviendo un proceso de esclavitud por deudas.

Deudas que, por otra parte, han constituido el material principal de otro de los ingredientes de esta crisis: el desvío de los capitales hacia el mundo financiero. Todo y que ese desvío tiene su fundamento precisamente en el mismo desarrollo de las fuerzas productivas y en la imposibilidad de los capitales de invertir en la producción de bienes y servicios.

Analicemos ahora estos procesos:              

1.1 SOCIALIZACIÓN DE PARTE DEL SALARIO.

El desarrollo de la capacidad de producir ha permitido a la sociedad destinar una menor cantidad de fuerza de trabajo a la producción agrícola e industrial y mayor numero de recursos humanos y económicos a la prestación de los servicios colectivos necesarios para asegurar la reproducción de todo el sistema en espiral ascendente.  Hoy en día el porcentaje de trabajadores de los servicios es superior al de la industria y extraordinariamente superior al de la agricultura.

Una parte de las nuevas actividades productivas al que se le ha dado el nombre genérico de “servicios” ha permanecido dentro de la órbita de las reglas de juego, y relaciones de producción capitalistas, calificándolos como nuevos campos de inversión y destinados a la inversión privada. Desde el transporte, en todas sus formas, a la hostelería, pasando por la distribución de artículos de consumo e industrial y sus numerosas actividades derivadas; desde el suministro eléctrico hasta la telefonía y comunicaciones; desde los servicios bancarios y el comercio hasta el simple corte de pelo, e incluso la enseñanza y sanidad privadas.  Son hoy lugares de inversión que, fundamentan su rentabilidad en la creación de un valor  superior al percibido por el trabajador asalariado en concepto de salario.

 Pues bien, si desde sus mismos inicios, el capitalismo fue creando obreros sobre los que descansa el proceso productivo que son retribuidos por un salario sometido a la ley de la oferta y la demanda, el desarrollo de las fuerzas productivas –y también la lucha de los trabajadores-  ha hecho posible socializar parte del salario en forma de protección social, especialmente en sanidad, educación, y protección ante el infortunio. El salario, como retribución que es de la fuerza de trabajo, se descompone en dos partes antagónicas. Por una parte aquella que tiene claro matriz capitalista, que está sometido a los vaivenes de la oferta y demanda de la fuerza de trabajo y es recibido por el trabajador como salario directo y en metálico, y aquella otra parte socializada que se recibe en forma de prestación social, no sujeta a las leyes del mercado, ajena a la oferta y demanda de fuerza de trabajo, y cuyo disfrute es ajeno hasta cierto punto de la lógica y normas de funcionamiento del capitalismo. Esto representa una parte muy considerable de los llamados “servicios”, que si bien tienen su raíz en el aumento productivo general y en la irrupción de la abundancia, son percibidos y defendidos como conquista social o derechos sociales.

Esta socialización de parte del salario no ha sido homogénea en todos los países capitalistas, pues mientras en los países europeos se ha desarrollado hasta el punto que se pierde el rastro de su origen primitivo, en los EEUU adopta la forma se seguro privado en el marco de la empresa. 

 Sobre el afianzamiento, desarrollo y generalización de esta socialización propiciada por el mismo desarrollo capitalista y en su extensión a otros sectores de producción de bienes y servicios con el suficiente nivel de desarrollo y abundancia, donde se encuentra el modelo que inspira la organización de la nueva sociedad a construir, aunque para ello haya que vencer la resistencia de los títulos de propiedad sobre ellos, sobre sus fuentes y medios de producción.

 1.2. DE LA MANIPULACIÓN DEL CONSUMO A LA ESCLAVITUD POR DEUDAS  

El capital siempre está amenazado por la tendencia a la caída de la tasa de beneficios. Pues siendo las necesidades de inversión siempre crecientes para abaratar costes, aumentar la producción y eliminar mano de obra, el resultado es que cada artículo contiene menos tiempo de trabajo  y por tanto menos valor. Tendencia a la baja que solamente puede ser compensado por el aumento de las unidades producidas, por la reducción real de los salarios, y por el gravamen aplicado los productos con un canon añadido a su valor, gracias al control del mercado que soporta toda la sociedad consumista.

Este control del mercado es posible gracias a la posición hegemónica que las multinacionales ejercen sobre el conjunto de la economía, permitiéndoles anular las leyes de la oferta y demanda a través de la planificación de la producción, la distribución y la mayor parte del consumo. Tal es el caso, que los precios de venta no son ya regidos por el mercado, sino que son emanaciones de despacho tras exhaustivos estudios sobre los costes de producción y posibilidades de venta. La competencia real, el mercado, descansa en las numerosas empresas, sin peso económico ni político y siempre sometidas a tiranía de una economía cuya evolución, avances y retrocesos depende de la suerte de unas cuantas multinacionales. El reducido número de las multinacionales facilita acuerdos de actuación casi consensuada, la planificación del mercado y el lanzamiento de marcas.

En estas condiciones la oferta de artículos de consumo se convierte en campo objetivo de modelación y manipulación de los gustos del consumidor -independientemente de la clase social a la que pertenezca-. Ello es imprescindible para vender los artículos a precios políticos que contrarresten la caída de la tasa de beneficios.

 La sociedad en su conjunto está siendo expoliada mediante un canon al consumo que se destina al mantenimiento del beneficio de unas cuantas multinacionales. A veces ese aporte de la sociedad es proporcionado directamente por los estados mediante ayudas de diversos tipos, porque la vital importancia de las multinacionales para la economía de un país y el número tan grande de trabajadores que directa o indirectamente dependen de ellas, obliga a que su marcha, o su instalación, sean tratadas como asunto de Estado.

Pero al hacer eso, al aplicar a la sociedad una especie de impuesto que se desvía hacia las grandes empresas que controlan el mercado se castiga a la capacidad de consumo social, se empobrece a la mayoría social, y se reduce la posibilidad real de que todos los bienes producidos puedan ser consumidos.

 Nos encontramos así con dos fenómenos derivados de la misma tendencia a la caída de la tasa de beneficios que impulsan al capitalismo monopolista en los años 80 a emprender una nueva dirección. Por un lado, como hemos explicado, esa tendencia obliga a las élites empresariales a establecer precios de monopolio con los que extorsionar al conjunto de la sociedad, y a reducir el ingreso de los trabajadores en su forma socializada, y en su forma salarial directa, lo que en último  término reduce la capacidad de compra del conjunto de la sociedad. Pero, además, aquella misma ley que lleva a reducir los porcentajes de beneficios, como hemos señalado, puede ser contrarrestada con la disminución de salarios y gravando a la sociedad con un impuesto al consumo. Pero al hacer esto y reducir la capacidad de consumo social se bloquea la posibilidad de compra de todos los bienes y servicios que el capitalismo es capaz de producir.

En estas circunstancias, para seguir alimentando de beneficios al monstruo, para seguir dándole vida, ha sido necesario recurrir al desarrollo de una peligrosa demanda artificial forzándola mediante el crédito al consumo de bienes tangibles e intangibles, necesarios, e innecesarios. Y cuyo aspecto más escandaloso lo vemos en España en el sector de la construcción.

El crédito al consumo ha sido utilizado  durante los últimos decenios para adaptar la capacidad de consumo social a la capacidad de producción, al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero esto ha tenido el componente añadido que con ello se ha hipotecado por decenios el ingreso del trabajo de buena parte de la sociedad, especialmente de los trabajadores. A partir de este momento el trabajador en particular y la sociedad en general se ve obligada a entregar parte de sus ingresos, parte de su trabajo al banco prestamista. Se ha caído en una situación similar al la vivida en el Imperio Romano, cuando un hombre libre perdía su libertad y se veía obligado a trabajar como esclavo para otro por un numero de años hasta que pagara su deuda.  

Esta crisis tiene este nuevo componente añadido a las anteriores, y es que el capitalismo ha intentado parchear la creciente brecha abierta entre una producción siempre creciente, y una capacidad de compra siempre decreciente, reinventado la esclavitud por deudas. Esta vez las consecuencias para las mayorías sociales están resultando doblemente dramáticas, porque la extensión de la pobreza se acompaña de  la generalización de los embargos y desahucios de las clases sociales más duramente castigadas por la crisis.

Pero la gran explosión del crédito no solo ha servido para aplacar la contradicción entre la capacidad de consumo social en continua disminución, y una capacidad de producción con continuo aumento, sino que también ha permitido mediante el mantenimiento de una demanda soportada en la esclavitud por deudas, que pequeñas empresas con bajo nivel tecnológico y altos precios de producción pudiera mantenerse aun a costa de conseguir resultados por debajo de la cuota media de beneficio empresarial, mientras que las grandes empresas aun vendiendo los artículos al mismo precio que las pequeñas conseguían un beneficio empresarial superior a la media. Así pues, en aquellos sectores en los que no existe un control absoluto de los precios de monopolio y oligopolio se establece un valor social medio para cada uno de los productos de la misma especie con tiempos de trabajo acumulado diferente. El resultado de todo ello es que la mayoría del beneficio empresarial conseguido en ese sector es acaparado por las grandes empresas que pueden vender los productos muy por encima del poco valor que les da el poco trabajo que acumulan, mientras que las pequeñas empresas deben vender sus productos por debajo del mucho valor que les da la gran cantidad de trabajo que acumulan. Las pequeñas empresas son en realidad extractoras de beneficio empresarial, de plusvalía que entregan a las grandes. Es por ello que cuando la crisis estalla, y se reduce la demanda, la pequeña empresa y los autónomos son los sectores más afectados.

Una vez que la crisis estalla, el mantenimiento del sistema se revela antagónico con los intereses de la mayoría social, pues nunca como hasta ahora había existido un nexo de unión objetivo tan fuerte entre la mayoría de las clases sociales que son víctimas del capitalismo desarrollado y que objetivamente chocan con los intereses de un reducido número de oligarcas.    

1.3. LA PARTICULARIDAD DE ESTA CRISIS: DE LA ESCLAVITUD POR DEUDAS A LA CRISIS FINANCIERA.

Si bien la raíz última de la crisis se encuentra en la incapacidad social para comprar todos los bienes y servicios que el capitalismo ha sido capaz de producir y que por tanto se ofrecen para la venta, hay una cierto interés en presentar exclusivamente esta crisis como exclusivamente " financiera”. Hacerlo de otro modo, sería reconocer que el necesario ajuste entre la oferta a la demanda  para salir de la crisis que todos reclaman, está frenado por la propiedad privada de los medios de producción y de los bienes y servicios que de ellos emanan.

El desarrollo humano, los avances de  la ciencia y la técnica, el gran salto cultural y el mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo no ha sido una obra programada, prevista y perseguida por el capitalismo, sino que son efectos colaterales surgidos en su seno cuando se dan las condiciones para ello y contribuyen a su asentamiento y desarrollo. El objetivo principal capitalista, su intención confesada, la esencia última que lo justifica, se reduce a conseguir el beneficio necesario con el que alimentar, crecer y renovar sus fuerzas para la búsqueda insaciable de nuevas inversiones, que reporten nuevos beneficios para nuevas inversiones

La actividad productiva emprendida en la búsqueda del beneficio empresarial tiene dos efectos: por una parte provoca e impulsa el desarrollo capitalista y, por otra, impide a la sociedad el pleno disfrute de los bienes de su creación colectiva. Tal es así, que cuando la brecha entre el valor de los bienes producidos y la capacidad social de compra se ha ensanchado exageradamente y los productos ya no tienen salida, se paraliza la continuidad del desarrollo y se condena a la inactividad o a la destrucción a una parte de las fuerzas productivas y productos elaborados. Y como consecuencia lógica se reducen las posibilidades de inversión en la economía productiva.

Mientras tanto, estallada la crisis, las posibilidades de nuevas inversiones en la economía productiva se encuentran condicionadas por el destino al que se orientan los bienes producidos, ya sean medios de producción o de consumo. Es por ello que en sociedades cuyo desarrollo está impulsado por la producción de medios de consumo,  los grandes capitales acumulados no pueden encontrar suficientes campos de inversión capaces de expandirse mediante una demanda social creciente,.

Por eso uno de los objetivos centrales de los monopolios y oligopolios de los diferentes estados, organizados en grandes grupos oligárquicos, será el control y la conquista de nuevos y diferentes mercados. Control de los mercados que lleva a los diferentes grupos oligárquicos a un enfrentamiento creciente con el fin de absorber la capacidad de compra de los otros países. Pero no solo el enfrentamiento entre los grupos oligárquicos de diferentes países se reduce a la disputa por conquistar mercados donde colocar su exceso de producción, sino que también se extiende a la pelea por el control de las fuentes de materias primas.

La desesperada búsqueda de beneficios en un mundo donde cada vez se reducen más las posibilidades de inversión en la economía productiva, orienta a los capitales hacia los mercados financieros mundiales, donde se mezclan y coexisten con la pura especulación aprovechando cualquier oportunidad que se presenta para rentabilizarse.  A los bancos, compañías de seguros y sociedades anónimas tradicionales que operan en bolsa se les han unido un buen número de compañías de capitalización e inversión, que actúan en varios mercados financieros. En estos mercados se compran y venden acciones o títulos representativos de participación empresas reales, se valorizan los derechos al cobro de intereses por préstamos concedidos, se subastan hipotecas, bonos, letras, derechos sobre beneficios futuros reales o supuestos y  se ofrecen todas las formas de inversión posibles tanto privadas como gubernamentales.

Bajo las leyes de la oferta y demanda el precio de estos títulos está sometido a toda clase de maniobras, manipulaciones, noticias y rumores, muchas veces infundados. El valor en bolsa de las participaciones o acciones en las empresas ya no se corresponde con parte de capital que realmente representan sino que dependen de su mayor o menor oferta o demanda, con frecuencia provocada artificialmente.

El beneficio empresarial proporcionado en este campo de inversión financiera especulativa se debe al cambio de manos de la riqueza preexistente, a la inflación de los precios de los mismos productos financieros (debido al aumento artificial del dinero en circulación provocado por la titulización de las deudas), al cobro de los intereses de los diferentes productos financieros y al reparto presente y futuro de los beneficios producidos en el ámbito del sector productivo entre todos los capitales invertidos. Se trata en último término del reajuste y distribución -mediante la ley de oferta y demanda- de la riqueza y valor extraída a la sociedad entre los diferentes capitales  participantes en este juego.

La búsqueda desesperada de campos de inversión obliga a construir un mundo financiero irreal donde los títulos de propiedad sobre bienes reales o sobre derechos a percibir una renta, beneficio o interés son valorizados muy por encima del valor real que representan. Los beneficios o pérdidas que pueden reportar también adoptan la forma de rentabilidad por el capital invertido, como si una inversión productiva se tratara.

Aparentemente una parte de capitales que afluyen a los mercados especulativos consiguen beneficios sin ninguna relación directa con la producción y circulación real de bienes y servicios.  Los beneficios en el mercado especulativo  tienen su origen en la subida artificial de los precios de los títulos -unos de propiedad real sobre medios de producción y otros sobre beneficios futuros- provocada por  el aumento de la demanda de estos títulos, debido a la creciente afluencia de capitales en busca de lugares donde invertir.

Pero solo aparentemente los mercados de capitales especulativos consiguen beneficios sin relación con la llamada “economía real”. En realidad el conjunto de los beneficios que a la cuota de beneficios del capital aportan los mercados financieros esta también soportada y es también activo participante en el gravamen que el capital financiero aplica a los pueblos a través de mecanismos de transferencia de valor y por tanto de trabajo al fondo común de los beneficios del capital independientemente de su origen.

Estos mercados son  los lugares donde acuden los capitales buscando apropiarse del trabajo de los pueblos por la simple vía de la concesión de préstamos a interés a los gobiernos, y es en estos mercados financieros donde han encontrado los bancos locales los fondos necesarios para activar la gran operación de supervivencia del capitalismo que ha supuesto la expansión del crédito al consumo de los últimos años. Operación de la que han sabido extraer beneficios, puesto que el capital transformado en financiero, encontró una nueva fuente de crecimiento acudiendo a tapar en forma de préstamos a interés la brecha abierta entre la creciente producción y la capacidad de consumo social. Dichos préstamos y sus intereses correspondientes deben ser pagados colectivamente por los pueblo por vía impositiva directa, con reducciones de salarios, con recortes en la parte de los salarios e ingresos socializados o simplemente con la apropiación de la riqueza de las naciones.

Además la gran operación del crédito al consumo ha activado otra fuente de transferencia de valor al fondo común de beneficios del capital, mediante el cobro de los intereses aplicados a los préstamos al consumo, cuya naturaleza es totalmente diferente al interés en los créditos a la producción. Pues estos últimos son en esencia un reparto de beneficios entre el capital financiero y el capital industrial, pero los intereses aplicados al crédito al consumo es un gravamen aplicado un salario insuficiente para el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado; o dicho de otra forma: es una penalización aplicada  a los salarios por ser excesivamente bajos para el nivel de vida alcanzado.

Pero no acaba en lo anterior la transferencia de valor de los pueblos al fondo común de beneficios del capital, es a través de la puesta en funcionamiento de mecanismos de supeditación de los precios de las materias primas a los intereses y devenir del capital financiero. A través de la inversión de los capitales las bolsas de materias primas y otras commodities, que incluyen la subaste de “futuras”, o contratos que dan derecho sobre una producción todavía no realizada, como el capital financiero, puede hacer subir o bajar en función de sus necesidades de inversión los precios de las mercancías en los mercados mundiales. Pues lo mismo el desplazamiento de capital de unos lugares, a otros, de una bolsa a otra, puede provocar la bajada del precio del producto básico del que depende un país –por ejemplo petróleo, o algodón- obligándolo a un endeudamiento creciente de estos precios pueden servir para encadenar a un pueblo a un endeudamiento creciente debido a la bajada de los precios de unas materia prima de la que dependen, que pueden provocar la subida general  

Esta “burbuja financiera” de valoraciones irreales provocado por la afluencia de capitales a la búsqueda de beneficios se desploma con facilidad tan pronto como el simple temor a la depreciación de dichos valores hinchados se propaga y todos sus poseedores quieren desprenderse rápidamente de ellos. Es entonces cuando los capitales se desvalorizan, y  aterrorizados se retiran de la inversión productiva, buscando con más fuerza que antes la improductiva. La afluencia del capital financiero desde los productos relacionados con la construcción a aquellos vinculados con la alimentación y a la deuda de los estados son quizás dos de los ejemplos más escandalosos de toda esta lógica. En el primer caso, el desvío de capitales hacia la producción de cereales está provocando la subida de los precios de este producto de primera necesidad, produciendo un profundo desajuste en los flujos de producción y distribución de alimentos y condenando a millones seres humanos al hambre. Por su parte, la compra masiva de deuda de los estados, buscando los intereses que esta genera, está convirtiendo a los estados en piezas del gran monopoli para los inversores y, en último término, está sirviendo de coartada para desmantelar lo que se ha dado a llamar sociedad del bienestar.      

Se suele fechar la fecha de septiembre de 2007 como la del inicio de la crisis actual, cuando la dudosa capacidad de pago de los titulares de hipotecas puestos en circulación en los mercados financieros  por  Lehman Brothers provocó que en seis meses el valor de sus acciones en bolsa se desplomara el 73%. Como consecuencia varios bancos y entidades financieras mundiales que contaban con estas acciones entre sus activos de capital acusaron la depreciación. Debido al entrelazamiento del conjunto del capital financiero mundial se extendió la perdida de los valores en bolsa, lo que trajo como consecuencia la retirada de capitales y la restricción del crédito bancario para una economía, que subsistía gracias a la expansión del crédito.  Lo demás no fue más que profundizar en la crisis: con las primeras restricciones del crédito se lastimó la capacidad de consumo social, y las posibilidad de nuevas inversiones en la economía productiva, el consumo se redujo y aumentaron los productos invendidos, los bancos acusaron perdidas, se sucedieron los cierres de empresas y se generalizó el desempleo, y con ello se amplió aun más la brecha entre la producción social y la capacidad de social de compra. En último término, privada del crédito, la llamada “economía real”, se está viendo cara a cara con el problema que el endeudamiento generalizado no había hecho más que retrasar, la incapacidad de absorber toda la producción por parte de los consumidores, con el problema de la propiedad privada de los medios de producción y consumo. O de otra manera, con el benefició como motor de la sociedad.

Pero el mundo financiero seguía su lógica. Las élites empresariales y financieras, por su parte, tras un primer periodo de aturdimiento, pidieron ayuda a los bancos centrales de los diferentes estados. Y los gobiernos de los diferentes países, convencidos de que la solución pasaba por sanear las cuentas de aquellos que parecía constituían el lubricante principal de la economía, no dudaron en desviar millones de dólares y euros para salvar aquellas gigantescas entidades financieras. En este momento los estados (sumado a que se redujeron sus ingresos debido a la ralentización de la economía) se vieron sin dinero y fueron obligados a lanzar títulos de deuda, bonos y obligaciones para poder hacerse cargo de sus pagos. Los estados quedaron prisioneros así del juego financiero y se les exigió y exige que recorten en todo lo que significa gasto. Pero en último término, y esto no se puede perder de vista, lo que se busca es que se sigan pudiendo extraer beneficios en el ámbito de la “economía real”, de otra forma todo el “tigre de papel” que constituye el gran casino de la bolsa se desmorona. Las reformas laborales implican una reducción directa de salarios y así mantener la tasa de beneficios; reducir gastos en educación, sanidad o jubilaciones implica una reducción del salario indirecto a los trabajadores (además de permitir el desarrollo de un nuevo campo de inversión)…

Así, todo este proceso nos sitúa en un panorama de lucha diferente de otras crisis. Si la extorsión de la sociedad que representan los precios políticos, el endeudamiento generalizado y la esclavitud por deudas frenan la capacidad de reacción de los endeudados por una parte, también están indicando que el desarrollo productivo permite socializar aquellos productos que no tienen ya apenas valor (de cambio), porque no cuesta prácticamente trabajo producirlos y que la deuda contraída por particulares y estados con los bancos es ilegítima en la mayoría de los casos por otra. A esto precisamente apunta la lucha contra los desahucios. Pero además el ataque a aquellos elementos socializadores de la “sociedad del bienestar” está provocando la indignación de afectados directa o indirectamente y el desarrollo de la lucha por determinados derechos básicos como pueden ser la educación, la sanidad, las jubilaciones. Una lucha que parece que de manera natural apunta únicamente hacia el retorno a la “época de bonanza” (cosa imposible) y que debemos convertirla en la lucha por una sociedad socializada

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