El sistema capitalista a través de sus poderosos medios de difusión de ideas, ha conseguido expulsar del lenguaje de la transformación social las referencias al marxismo. Buena parte de los que se declaran seguidores, como sus detractores han conseguido que marxismo, remita mentalmente a bastantes personas a una teoría anclada en el pasado. La mayoría de los partidos socialistas hace ya tiempo que se desprendieron de la inspiración marxista para su práctica política y concepción del mundo, como ideología e incluso como análisis científico del capitalismo. También para buena parte de los partidos comunistas, era solo una especie de etiqueta clasificatoria que demostraba su adhesión al bando de los explotados y oprimidos; pero esa proclama de adhesión al marxismo no les ha proporcionado nunca el arma ideológica y política infalible para derrotar al capitalismo; de la misma forma que evocaciones a los dioses no garantizan el éxito en la batalla.

Al final,  el marxismo ha quedado relegado a  círculos y organizaciones políticas muy reducidas, ciertos ambientes  intelectuales, y estudiosos de la historia –que en su mayoría acaban siendo marxistas- ;  pero socialmente no es percibido como referencia pública útil para la acción política. Es más, para muchos marxistas,  su nombre es casi una pesada carga que hay que ocultar para evitar ser tachados de excéntricos o retrógrados. La referencia a “la lucha de clases” ha desaparecido del lenguaje de los sindicatos, e incluso de partidos que se llaman transformadores; “el proletario” es ya una extraña palabra que la mayoría de la clase obrera desconoce, y se prefiere el uso del término  “trabajadores”, al de “clase obrera

Y sin embargo el surgimiento del marxismo representa un hito que ha condicionado los últimos ciento cincuenta años de la historia humana. Pero más allá de eso, la persistencia del marxismo está indisolublemente ligada a la existencia del capitalismo; pues no en balde es una crítica pormenorizada y científica de las contradicciones inherentes a este modo de producción. Estas contradicciones son analizadas por Marx desde una perspectiva dialéctica, lo que le permite identificar las fuerzas internas que empujan al capitalismo en una dirección determinada. Es debido a ese carácter de crítica analítica del capitalismo -no reducida a descripción y denuncia de sus aspectos más escandalosos en una época concreta-, quien asegura su vigencia,  por lo menos hasta que el capitalismo exista, o lo que es lo mismo, mientras sigan actuando las contradicciones internas que el analizó, aunque se manifiesten en forma diferente en planos diferentes.

El marxismo da un gran salto adelante en las ciencias sociales al demostrar que la historia de la humanidad es la historia de la apropiación de trabajo ajeno, ya sea bajo formas esclavistas, feudales o capitalistas, es la lucha de clases. Y además establece, que a partir del comunismo primitivo y quizás de efímeras sociedades tributarias -aún en estudio-, se han sucedido tres modos de producción principales: esclavismo, feudalismo, y capitalismo; cada uno de ellos portador de sus propias contradicciones internas, que al desarrollarse dan lugar a otro modo de producción. La inevitable actividad humana -consciente o inconsciente- desempeña el papel principal en el desarrollo de las contradicciones internas de cada modo de producción. Es decir, forzosamente las personas están obligadas a transformar la realidad existente siempre dentro de los límites permitidos por esa realidad. El marxismo, pese al carácter predestinatario y profético que le atribuyen sus seguidores más dogmaticos, y a la interpretación determinista y mecanicista utilizada por aquellos “marxistas” integrados en el sistema, concede el papel transformador al ser humano.; pero a la vez, aparece profundamente antagónico con el idealismo y el voluntarismo. La sistematización más elaborada hasta el presente, tanto en la teoría como en la práctica, la encontramos en la obra de Lenin.  

La condena unánime al marxismo que emiten los centros de poder capitalista, no proviene tanto de discusiones académicas, sino de que el marxismo sobrepasa las cátedras  para proporcionar a la clase obrera los elementos teóricos y prácticos necesarios con los que fundamentar la lucha contra la explotación y la existencia de una sociedad sin clases, y llega a su cenit cuando con  la Revolución Soviética se demostró que el marxismo servía a los explotados y oprimidos para apropiarse del poder político y  proponerse la construcción de una sociedad sin clases. Pero esta condena toma forma de ajuste de cuentas cuando los primeros intentos de construir sociedades sin clases se confiesan fracasados en la década de los ochenta del siglo pasado.

Sin entrar en las causas del desmoronamiento de los llamados países socialistas, cuya pista habría que buscarla en el desarrollo de las contradicciones inherentes a dichos sistemas, -posiblemente edificados sin tener en cuenta que el ser humano tiene la capacidad de transformar el mundo sobre la base de lo existente-, lo cierto es que el intento relegar el marxismo al cajón de los olvidos no hace desaparecer la existencia objetiva de la apropiación de trabajo ajeno, ni la lucha de clases, ni el anhelo de los explotados y oprimidos a una sociedad sin clases ; ello es independiente del marxismo; este es solo un instrumento en forma de teoría al servicio de dicho objetivo.

La utilización plena del marxismo como teoría útil para la revolución –llamada eufemísticamente “transformación social”-, no es una cuestión voluntarista de unos cuantos marxistas iluminados, ni puede ser ya un rotulo con el que demostrar pedigrí revolucionario, ni es un intento de repetir la historia –que siempre será una comedia antimarxista- sino que está indisolublemente ligado  a la profundización social en espiral ascendente de las contradicciones internas del modo de producción capitalista; a su visualización social; y a la percepción de la necesidad de intervenir y/o suprimir el desarrollo de las contradicciones económicas y sociales del capitalismo, porque este ya no puede garantizar progreso ni mejores condiciones de vida a la mayoría, sino todo lo contrario. 

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